Con este párrafo concluye
Pablo la enseñanza y amonestación sobre las divisiones que
se habían producido en la congregación. Después de afirmar
la realidad de las mismas y manifestar el modo como se
presentaban en la iglesia (1:11-12), pasó a exponer las
consecuencias que acarreaban. Esta parte final trata de las
relaciones de los creyentes con los siervos de Dios y la
consideración que deben a cada uno de ellos. Los falsos
maestros y algunos líderes en la iglesia estaban
arrogantemente infatuados, considerándose como en una
elevada condición espiritual y, por tanto, gloriándose en
ellos mismos (v.8). Sin embargo, quienes tenían pleno
derecho a considerarse de ese modo, desde un punto de vista
humano, como eran los apóstoles mostraban una vida
totalmente diferente. Sometidos a desprecios, aflicciones,
persecuciones, en el mundo, tenían que enfrentarse también,
como era el caso de Pablo, con quienes procuraban
desprestigiarlos desde dentro de la propia congregación.
Mientras esto ocurría, los arrogantes y adversarios de los
apóstoles, especialmente de Pablo, eran honrados (vv.9-13).
La intención de Pablo al escribir este último párrafo era
que los creyentes en Corinto reflexionaran sobre la
situación y rectificaran el modo de actuación,
escribiéndoles toda la amonestación -que incluye lo
precedente- con el cariño de un padre (v.15), presentándose
como ejemplo de conducta cristiana delante de ellos y
enviando a Timoteo para recordarles su enseñanza y
comportamiento (vv.16-17). Finalmente con una solemne
advertencia avisa a los lectores de como se comportaría
delante de ellos en una próxima visita a la iglesia.
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