Entre los varios asuntos
consultados a Pablo por los corintios, estaba lo relacionado
con la legitimidad o no de comer carnes procedentes de
sacrificios a ídolos. Para algunos, toda carne que procedía
de fiestas idolátricas, debía ser considerada como no apta
para el consumo del creyente por motivos de conciencia, en
relación con el culto a los ídolos; para otros, en cambio,
no había ningún tipo de problema en su consumo, llegando
incluso a comer de ellas, en compañía de paganos, en los
lugares destinados a actividades sociales en los templos.
No se debe olvidar que en la iglesia en Corinto había una
influencia de creyentes procedentes de los judíos,
posiblemente bastante importante. En el concilio de
Jerusalén (Hch.15) se había llegado a un compromiso que,
recogido en un escrito circular a las iglesias, establecía
que los creyentes deberían abstenerse de "cosas sacrificadas
a los ídolos" (Hch.15:29). Pablo estuvo presente en aquella
ocasión y participó en las decisiones que se tomaron. Sin
embargo, en este pasaje toma una posición contraria a
aquella recomendación, demostrando con ello que no se
trataba de un mandamiento, sino de un compromiso temporal,
pensando especialmente en el escándalo que producían dichos
actos a judíos que habían sido enseñados a rechazarlos como
pecaminosos, a través de la historia.
Muchas de las cuestiones que inquietaban en las iglesias
tenían su origen en preferencias y criterios humanos, de
hombres que se consideraban fuertes, espiritualmente
hablando, contra otros que eran tenidos como débiles.
El capítulo introduce en una nueva división de la epístola.
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