BOSQUEJO DEL ESTUDIO

 
1ª JUAN 1:1-2:2
SALVACIÓN Y COMUNIÓN
 

1. Introducción (1:1-4)

1.1. El Verbo de Vida(1:1)

1.2. El Verbo de Vida(1:1)

1.3. El propósito del escrito (1:3-4)

2. Confesión del pecado (1:7-2:2)

2.1. Un engaño personal (1:8)

2.2. El remedio para el pecado (1:9)

2.3. Un grave problema (1:10)

2.4. La consecuencia y razón de lo escrito (2:1)

2.5. La ofrenda por el pecado (2:2)

  

AVISO IMPORTANTE

Debido a la extensión del bosquejo nos hemos visto obligados a publicar la versión reducida del mismo. Si estás interesado en conseguir la versión íntegra, con los textos en griego incluidos, solicítanosla a nuestro e-mail. Te la enviaremos en el formato que nos indiques (HTML, Word o Word Perfect).

 

A. INTRODUCCIÓN


El estudio de cualquier escrito bíblico requiere una aproximación literaria e histórico al mismo para determinar aspectos generales que lo hagan comprensible. Es preciso conocer quien fue su autor a fin de determinar la autoridad del mismo; conocer los destinatarios y las circunstancias históricas en que vivían, para entender aspectos abordados por el autor; es necesario conocer la fecha para determinar el tiempo del escrito que permita reconocer su pertenencia a los canónicos; es necesario determinar también las razones que motivaron el escrito, entendiendo con ello la problemática propia del momento histórico en que vivían los lectores. No puede tampoco dejar de considerarse aspectos teológicos propios del escrito, que determinan el pensamiento del autor y hacen comprensible las diferentes precisiones doctrinales que contienen. Finalmente, para estudiar cualquier texto literario es preciso establecer un Bosquejo Analítico del mismo que permita establecer las divisiones temáticas de su contenido a fin de poder abordar un estudio según el hilo de pensamiento establecido por el autor. Todo ello hace necesaria la consideración de algunos aspectos que se consideran en esta Introducción General de la Epístola.

La epístola se inicia con un breve prólogo, a semejanza del evangelio, pero más breve que aquel, en el que Juan explica al propósito principal del escrito. El apóstol que fue testigo presencial del ministerio y obra de Jesucristo, junto con los otros discípulos, expresó aspectos de aquella en su evangelio, que ahora recuerda brevemente y que le sirve para enfatizar la inalterabilidad del mensaje evangélico. Aquellas buenas noticias que fueron desde el principio, deben ser sustentadas y proclamadas sin cambio, para que los creyentes experimenten la realidad y bendiciones que reportan la comunión con Dios, en un gozo inalterable.

El prólogo de la epístola, como muchas partes de ella, tiene una notoria vinculación con el evangelio. Hay una relación tan íntima y profunda entre los dos escritos que los hacen notoriamente próximos, aunque mantengan sus diferencias en cuanto a propósito y contenido. El escrito arranca desde el principio (1:1), a semejanza del evangelio, aunque su distinción es notable, refiriéndose en la epístola al origen del mensaje que se proclama. Sin embargo la buena noticia del evangelio se refiere al Logos de Dios que, en un momento de la historia humana, se encarnó para venir al mundo de los hombres y relacionar a Dios directamente, vinculándolo con el hombre, mediante la humanidad del Verbo de Dios, que se manifestó en este mundo (1:2). La presencia del Hijo de Dios fue una realidad, visible, audible y tangible (1:2-3a). Sobre la obra de Jesucristo escribe Juan, para recordar que es en Cristo y por Él que se alcanza la comunión con Dios y que, en razón de la unión en Cristo, se extiende a todos los hermanos, produciendo un gozo profundo al ser experimentada (1:3-4).

La realidad de la comunión con Dios tiene que producir consecuencias claras en la vida del creyente. La comunión trae la experiencia de la  participación en la divina naturaleza  (2 P. 1:4) que, entre otras cosas, conduce a la vivencia de la separación del pecado, en consonancia con la identificación con Él. Juan dice que “Dios es luz” (1:5) y esta afirmación no debió ser tomada de algún dicho del propio Señor -en caso contrario no se conserva en los evangelios- sino más bien en la consecuencia del comportamiento del Verbo de vida, en quien siendo luz “no hay ningunas tinieblas” (Jn. 1:4). De tal manera aquel que vive en identificación con Cristo -base esencial y condicional para la comunión con Dios- no debe caminar en tinieblas. A este Dios que es luz en el sentido de poseer una perfección moral absoluta, no puede pretender conocérsele y estar en comunión con Él, desde una vida de indiferencia a la moralidad establecida en su Palabra.

La experiencia y mantenimiento de la comunión exige que cada creyente se ajuste a una norma de conducta que Dios mismo ha establecido, en identificación con Cristo, viviendo en la verdad y en la luz, como Jesús hizo (1:5-7). La relación con Dios que exige santidad, se puede ver enturbiada por el pecado que, en ocasiones, afecta al creyente. Por tanto es preciso la confesión y rectificación para el sostenimiento de la vida en la esfera de la comunión (1:8-10). Finalmente, los fracasos que todo creyente puede experimentar no deben desalentarle, sino que la gracia hace provisión de recursos y da completa seguridad para el que está en Cristo Jesús, quién es el Abogado que actúa al lado del Padre en favor de los creyentes (2:1) y la ofrenda expiatoria de eterno valor, que hace posible la propiciación con Dios (2:2).