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“Las tentaciones a seguir al mundo y negar a Cristo vienen, como
entonces, desde tres direcciones: (a) el miedo a la persecución;
(b) la adulación a los poderosos; (c) la constante invitación a
participar de los placeres de esta vida. Con todo eso, se puede
asegurar la posición social, pero se pierde el fervor espiritual.
Cuando los que se profesan cristianos ceden a estas tentaciones,
caen en el deplorable estado de la iglesia de Laodicea, aunque
todo parezca marchar en orden dentro de los muros del edificio que
lleva el nombre de ‘templo’, ‘iglesia’ o ‘capilla evangélica’.
Se pierde la convicción de pecado y no se advierte la necesidad
de un sincero cambio de mentalidad delante del Señor ¿Cómo se
va a golpear alguien el pecho en señal de contrición, si se cree
en paz con Dios y en orden con la iglesia, sin advertir esa
lastimosa tibieza que lleva a la indolencia, a la indiferencia, al
compromiso con el mundo? Dice Hendriksen acerca de su propia
experiencia:
El
autor de este libro ha tenido contacto personal con esta actitud
de parte de algunos miembros de iglesia. No hay nada que hacer con
tales gentes. Con los que nunca han entrado en contacto con el
Evangelio y, por ello son fríos a este respecto, se puede hacer
algo. Con creyentes sinceros y humildes se puede trabajar con
gozo. Pero con estos ‘somos-una-gente-tan-buena-aquí en
Laoidicea’, no se puede hacer nada. Cristo mismo no los pudo
soportar.
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