El
capítulo anterior tenía como centro la adoración a Dios
como Creador. En éste, el centro es también Dios, pero
como Redentor. Jesús es el gran vencedor. Mediante su
muerte, sepultura, resurrección y ascensión a la diestra
de Dios, es declarado como Hijo de Dios con poder, y tiene
el nombre de suprema autoridad en cielos y tierra (Fil.
2:8-11). Dios ha delegado todo lo que tiene que ver con la
acción divina sobre la historia humana a Cristo. Los
acontecimientos futuros, especialmente lo que tiene que ver
con el juicio sobre las naciones de la tierra (Ap. 3:10),
están en la mano del Hijo. Esta actuación será también
la preparación para el gobierno real de Dios sobre la
tierra. Jesucristo, como Dios y Vencedor entronizado,
aparece en la dimensión de Cordero-Jesús y tiene en su
mano los destinos del mundo. Los planes de Dios para el
futuro serán ejecutados por Cristo mismo. Estos
acontecimientos están plenamente determinados por Dios y
escritos por Él en un rollo sellado. Las huestes
celestiales y los redimidos prorrumpen en alabanzas cuando
el Cordero toma la suprema investidura. La alabanza a Dios
en el capítulo anterior, está dirigida en este pasaje al
Cordero. La proclamación de su majestad y gloria alcanza y
se extiende a toda la creación (v. 13). La magnificencia
del pasaje es progresiva, hasta incluir en la glorificación
a todo lo que ha sido creado, tanto ángeles como hombres,
como la creación en sí misma. El tema de la alabanza es la
salvación de los redimidos y la investidura del dominio
universal de Cristo en la historia cósmica. Una misma
expresión de adoración y acatamiento se funden el Padre y
el Cordero. Todos los seres creados rubrican el himno
universal en un glorioso Amén. Y todos ellos caen en
adoración ante el trono donde se manifiesta la deidad del
Padre y del Cordero. Estos dos capítulos son esenciales
para comprender el mensaje del libro. La incapacidad del
hombre contrasta con la capacidad del Cordero de Dios. La
victoria que el hombre no puede alcanzar se obtiene por
medio y a través del Cordero. Él es el único que puede
desatar los sellos y cumplir en plenitud el propósito de
Dios. Los sellos abrirán las primeras manifestaciones de la
ira judicial de Dios sobre el mundo.
Y la victoria definitiva del Señor sobre el que había
usurpado el control y dominio de este mundo. Cuando Dios creó
al hombre, lo hizo propietario de toda la tierra y le
concedió derecho sobre ella (Gn. 1:26-28). Cuando el hombre
cayó en el pecado, perdió el control y derecho al
ejercicio de autoridad sobre la tierra, transfiriéndolo por
derrota a Satanás, quien vino a ser el príncipe de este
mundo y su sistema (Jn. 12:31; 16:11). Con su arrogancia y
perversa maldad vino a constituirse como el dios de este
mundo (2 Co. 4:4; Ap. 13:2-4). Él usurpador y sus huestes
fueron derrotados en la cruz (Col. 2:15). El cetro de
autoridad fue arrebatado por quien es Vencedor. Es cierto
que aparentemente no ejerce ese derecho, sin embargo, Él es
el único digno de abrir los sellos y tomar a su cargo el
juicio sobre un mundo bajo el control del maligno. El capítulo
abre la puerta que introduce a la panorámica de actuación
en esa dimensión. La división para el estudio es sencilla:
(1) La visión del rollo (v. 1); luego la búsqueda de
alguien digno de tomarlo y abrir sus sellos (vv. 2.5);
seguidamente la presentación del glorioso Salvador y
Soberano (vv. 6.7); y, finalmente, el cántico de alabanza y
adoración (vv. 8-14).
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