El
capítulo anterior ofrece la panorámica de la expulsión de
Satanás del cielo y el cese de su ministerio como acusador
de los creyentes. Este acontecimiento causa júbilo en el
cielo, pero será un incremento de tribulación para los
moradores de la tierra. La acción diabólica tendrá como
objetivo la implantación definitiva de un reino sin Dios.
Esto frustraría los planes del Altísimo que en su soberanía
determinó que su Hijo reine sobre su reino, tanto terrenal
como cósmico y celestial. Satanás procurará activar su
programa y hacer funcionar en la tierra lo que es su propósito
en relación con el reino. De alguna manera y en alguna
medida se hará visible en un hombre, llamado el Anticristo
y, en el capítulo, la primera bestia. En el desarrollo de
los acontecimientos que tendrá lugar en la tierra durante
la ultima semana, y especialmente durante la segunda mitad
de esa semana, debe prestárse atención al sistema de
gobierno mundial en aquellos días. Este sistema obedecerá
al proyecto satánico para la tierra de establecer un reino
paralelo y al margen de Dios. Satanás es un imitador impío,
hasta el punto de manifestarse con la apariencia de un ángel
de luz (2 Co. 11:14), de tal manera que pueda engañar más
fácilmente a las gentes. En su programa perverso, implantará
en el mundo una imitación impía de Dios mismo. Tres
personajes administrarán el gobierno satánico en el mundo.
El dragón, como anti-Padre, la primera bestia, como
Anticristo, y el falso profeta como anti-Espíritu. Estos
tres formará una auténtica trinidad de maldad que conducirá
al mundo en ese corto período antes de la venida del Señor.
El capítulo que se estudia es complejo, como todos los del
libro, y contiene una panorámica de las actividades de esos
dos personajes, el Anticristo y el falso profeta. Será
interesante trasladar aquí, a modo de introducción, las
notas que el Dr. Francisco Lacueva usa en el comentario de
este capítulo donde cita al Dr. Pentecost y dice:
“Comienza Pentecost su estudio afirmando que ninguna
cuestión que enfrente al estudiante de escatología es más
importante que la del método que debe ser empleado en la
interpretación de las Escrituras proféticas. Después de
describir los dos métodos de interpretación que han
prevalecido a lo largo de la Historia de la Iglesia, y antes
de describir al por menor las vicisitudes históricas de
dichos métodos, arguye en defensa del sentido literal con
las siguientes razones: (a) Que el significado literal de
las oraciones es la forma normal de todos los idiomas. (b)
Que todos los significados secundarios de documentos, parábolas,
tipos, alegorías y símbolos dependen, para su propia
existencia, del significado literal previo de los términos.
(c)
Que la mayor parte de la Biblia tiene sentido
adecuado cuando se interpreta literalmente. (d) Que el
enfoque literal no descarta ciegamente las figuras de dicción,
símbolos, alegorías y tipos; sino que, si la naturaleza de
la oración así lo requiere, fácilmente acepta el segundo
sentido. (e) Que este método es el único obstáculo cuerdo
y seguro contra las imaginaciones del hombre. (f) Que este método
es el único cónsono con la naturaleza de la inspiración.
La inspiración plenaria de la Biblia enseña que el Espíritu
Santo guió a los hombres a la verdad y los apartó del
error. En este proceso, el Espíritu Santo usó el lenguaje
y las unidades del lenguaje (como significado, no como
sonido) que son las palabras y los pensamientos. El
pensamiento es el hilo que hilvana las palabras unas con
otras. Por tanto, nuestra exégesis misma debe comenzar con
un estudio de las palabras y la gramática, los dos
fundamentos de todo discurso significativo”[1].
El
pasaje se puede dividir para el estudio de la siguiente
manera: Bajo el tema general de las dos bestias, aparece
primero el detalle de la primera bestia (vv. 1-8), luego una
breve exhortación o advertencia (vv. 9-10); y,
seguidamente, los detalles sobre la segunda bestia (vv.
11-18).
[1]
F. Lacueva. o.c., pág. 466 s.
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