INTRODUCCIÓN
            
            El cristianismo no es la 
            práctica de una religión, sino un determinado estilo de vida. La 
            esencia misma de la vida cristiana está expresada por Pablo cuando 
            dice: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). De modo semejante lo 
            enseña cuando escribiendo a los Gálatas afirma: “Estoy crucificado 
            con Cristo. Y vivo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida 
            terrena de ahora la vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y 
            se entregó por mí” (Gá. 2:20)[1].
            
            
            Es imprescindible determinar claramente que es “ser cristiano”. Un 
            cristiano es una persona que ha tenido una experiencia de salvación 
            por fe en Cristo y ha nacido de nuevo. Ese es el comienzo de la vida 
            cristiana, el instante de la fe, en el que se ha entrado en contacto 
            con el Salvador, cambiando de posición para estar EN CRISTO. Esa 
            posición ya no se altera jamás. 
            
            La vida cristiana, por tanto, es un “reproducir” a Cristo en la 
            experiencia del creyente, que se hace visible al exterior en un 
            determinado comportamiento que corresponde al de Jesús. La vida de 
            Cristo era un continuo “obrar el bien”. El pasó por el mundo 
            “haciendo bienes” (Hch. 10:38), de ahí que los suyos tengan que 
            adecuarse a ese “estilo de vida”; así lo enseña Pedro: “Porque esta 
            es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la 
            ignorancia de los hombres insensatos” (1 P. 2:15). El creyente es 
            verdaderamente libre, porque fue liberado de la esclavitud del 
            pecado por Cristo y trasladado a Su reino (Col. 1:13). Quiere decir 
            que la libertad cristiana está ligada en obediencia a una 
            determinada “ética cristiana”: “Cómo libres, pero no como los que 
            tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como 
            siervos de Dios” (1 P. 2:16). El resumen de ese estilo de vida, 
            producido por la identificación con Cristo, se ajusta a tres 
            principios fundamentales: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. 
            Temed a Dios. Honrad al rey” (1 P. 2:17). Esos principios son la 
            consecuencia natural de todos los que “viven” a Cristo.
              
              
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                [1] Versión Cantera Iglesias.