La Epístola del apóstol Pablo a los Filipenses, es uno de
los más admirables tesoros de la Revelación. Ningún
creyente que la lea y estudie con actitud humilde podrá
dejar de experimentar un notable cambio en su vida
cristiana. En un mundo donde el hombre procura encontrar
la paz personal y el gozo íntimo sin alcanzarlos, la
epístola expresa el modo de llegar al gozo abundante:
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
“Regocijaos!” (4:4). Por otro lado, en un mundo donde el
consumo y el deseo de poseer mas cosas para un mejor nivel
de vida arrastra a muchos a una existencia mezquina y
triste, la carta da al cristiano el secreto para una vida
de gozo en cualquier circunstancia o situación personal:
“He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mí
situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia;
en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado
como para tener hambre, así para tener abundancia como
para padecer necesidad” (4:12). Los abundantes recursos
que el creyente necesita para una experiencia de íntima
felicidad personal proceden del Señor, de tal modo que el
cristiano puede decir: “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (4:13). Quien escribe de este modo es un
prisionero que esperaba incluso, una posible condena a
muerte. La carta, pues, no sólo revela el secreto de la
felicidad, sino que pone a un cristiano como ejemplo de
ese estilo de vida. Todo esto confiere al escrito un
encanto peculiar, a pesar de no ser la más extensa de las
cartas paulinas. Escrita desde la prisión, junto con
Efesios, Colosenses y Filemón, produce el admirable
contraste entre los sufrimientos y el gozo y la paz
cristianos. La teología se combina con la práctica de la
vida cristiana, anunciando el triunfo de la vida en
Cristo. Un párrafo de Walvoord sirve para resumir estos
aspectos: “En un mundo moderno saturado de secularismo,
incredulidad y materialismo, y muy a menudo colmado de los
lujos sin paralelo de la vida moderna, puede parecer a
primera vista que una carta escrita por un preso
encadenado no tiene ninguna relevancia para nuestra escena
contemporánea. No obstante, el estudio cuidadoso de esta
epístola, en la que se nos revela el asombroso triunfo del
apóstol incluso en medio de grandes sufrimientos, pronto
sacude la capa de moderna superficialidad de nuestro mundo
actual, y pone al lector cara a cara con los valores
espirituales últimos, que satisfacen al corazón y que dan
gozo y paz en una manera en que ninguna comodidad o placer
modernos podrían imitar. Para aquellos que buscan
profundidad en las cosas espirituales, una verdadera
intimidad con el Señor Jesucristo, y una vida que cuenta
para la eternidad, esta epístola ofrece infinitos tesoros”[1].
Éste es, pues, uno de los más afectuosos escritos de
Pablo, lleno de palabras de aliento. El gozo y la paz se
respiran continuamente en el discurrir de su texto, a
pesar de que fue escrita desde la cárcel. No hay sensación
de abatimiento ni de inquietud alguna en el escrito. La
carta está dirigida a creyentes que también estaban
experimentado la consecuencia lógica de una vida
comprometida con el Señor, sufriendo dificultades. Desde
el principio del texto, el gozo fluye en las palabras del
apóstol, que como escrito inspirado comunican y expresan
el pensamiento de Dios. Como es natural en todo escrito
propio de los tiempos de Pablo, la epístola comienza
indicando el autor y destinatarios, pasando al saludo
introductorio (vv. 1-2). La gratitud que Pablo sentía por
la obra de gracia realizada por el Señor y manifestada por
la realidad de aquella iglesia, le lleva a expresar
palabras de gratitud en oración, alabando al Señor por la
eficacia de la proclamación del evangelio (vv. 3-6). En
ella expresa sentimientos íntimos y personales de afecto
entrañable hacia quienes son sus hijos en la fe,
manifestándoles que continuamente están presentes en sus
oraciones de intercesión. El afecto que profesa hacia
aquellos creyentes es sobrenatural y resultado de la
experiencia de Pablo en la identificación con Cristo (vv.
7-8). El pasaje pone de relieve el deseo personal del
apóstol para el enriquecimiento espiritual de los
filipenses, tanto para el tiempo presente como para el
momento de la glorificación (vv. 9-11).A pesar de su
condición como prisionero de Cristo, a riesgo de su propia
vida en la sentencia que esperaba de su juicio, Pablo no
deja lugar al desánimo. Él sabe para que fuera llamado por
el Señor: Primeramente para llevar el evangelio a los
gentiles (Hch. 9:15); pero también para experimentar en el
sufrimiento, el costo del compromiso con Cristo (Hch.
9:16). Ambas cosas se estaban cumpliendo en su
experiencia, por tanto, tenía evidencias de que su vida
discurría conforme a la voluntad de Dios y bajo Su
providencia. El apóstol veía todas las cosas desde el
cumplimiento de su misión, esto es, el progreso del
evangelio. Su prisión es motivo de gozo porque es el modo
de evangelizar a quienes no hubieran sido alcanzados de
otro modo par Cristo (v. 12). El informa gozoso de como la
causa de la prisión y la presencia del prisionero, eran
conocidas en la “casa del César”, el pretorio, y algunos
de la administración imperial (v. 13). Por otro lado, su
optimismo se asienta en el estímulo que su condición de
prisionero de Cristo produjo en muchos hermanos, que
anunciaban el evangelio sin temor (v. 14). A pesar de las
diferentes razones para la predicación (vv. 15-17), lo
cierto es que el evangelio se estaba anunciando con mucha
intensidad (v. 18). Otra razón de su gozo y optimismo era
la esperanza de su liberación, como respuesta a las
oraciones de los creyentes (v. 19). No obstante, si la
sentencia, en lugar de liberación resultase en condena a
muerte, Cristo sería también glorificado (v. 20). La razón
de la vida de Pablo era Cristo, y el modo de vida era
viviendo a Cristo (v. 21). Las dificultades cotidianas y
los sufrimientos le llevaban a desear estar con el Señor,
no obstante, si su presencia en la obra era mejor para sus
hermanos, estaba dispuesto a cualquier sacrificio por el
bien de los creyentes (vv. 21-26). En medio del gozo las
palabras de exhortación a una vida cristiana que
dignifique el evangelio, a la vez que, en un correcto
entendimiento del compromiso cristiano, el temor a los que
se oponen a la evangelización desaparecería (vv. 27-28).
Finalmente el párrafo concluye con un llamado a considerar
el padecimiento por Cristo como una concesión de la gracia
que antes actuó en salvación, poniéndose él como ejemplo
alentador para los filipenses (vv. 29-30).