En la última visita de Jesús a Jerusalén, dedicó tiempo,
como se ha considerado en los capítulos anteriores, a la
enseñanza en el Templo. Cada uno de los tres últimos
días de su ministerio terrenal, acudió a ese lugar. En
el atrio se produjeron los encuentros con grupos de
opositores, pero, sobre todo, el Señor dedicó tiempo a
la enseñanza, como había sido su ocupación a lo largo de
los años de ministerio público. Jesús había anunciado a
sus discípulos que aquel sería el último viaje a
Jerusalén, ya que iba a ser entregado en manos de los
principales sacerdotes, de los escribas y de los
ancianos, y sería muerto (10:33, 34). El tiempo para la
obra de redención estaba llegado a su cumplimiento.
Concluido el ministerio diario, el Señor, junto con los
discípulos, salía de la ciudad para retirarse a Betania,
donde pernoctaban. Fue en uno de esos momentos finales
del día, cuando, al abandonar el recinto del templo, los
discípulos fijándose en los grandes edificios del
santuario, obra de grandes proporciones mandada ejecutar
por Herodes el Grande, hicieron notar al Señor su
admiración por aquella grandeza y suntuosidad. Sin
embargo, su asombro debió ser aún mayor cuando
recibieron la respuesta del Señor que anunciaba la
destrucción de aquellas construcciones. Los discípulos,
bajo la influencia de la teología de su tiempo,
consideraban que la destrucción del templo sería un
cataclismo final, y que se relacionaba con la venida del
Mesías y el fin del mundo. Esto general en el grupo un
profundo deseo de conocer sobre los acontecimientos
finales, para lo cual formularon al Señor una doble
pregunta sobre las cosas que habían de ocurrir y las
señales sobre Su venida y el fin del mundo. La respuesta
a la primera parte de la pregunta, que tiene que ver con
la destrucción de los edificios del templo está recogida
por el evangelista Lucas (Lc. 21:5-6). La segunda parte
de la pregunta sobre los tiempos finales, se desarrolla
en los versículos de este pasaje, así como en el
paralelo de Mateo 24. El Señor expresa proféticamente
acontecimientos que se producirán en un período de
tiempo breve, siete años, que ocurrirán inmediatamente
antes de su segunda venida a la tierra, para instaurar
el reino de Dios, en la expresión del reino mesiánico
milenial. Estos acontecimientos tendrán lugar en el
tiempo profético de la última semana de Daniel (Dn.
9:27), y afectarán especialmente a Israel y al remanente
fiel. En ese tiempo se producirá una situación
angustiosa para los creyentes fieles de Israel (Jer.
30:7). La profecía sobre la destrucción del templo tuvo
cumplimiento pleno en el año 70, con la invasión de la
ciudad por el ejército de Tito. Las predicciones
registradas en el evangelio según Lucas, se produjeron
con precisión matemática en el sitio y conquista de la
ciudad. Queda, pues, por cumplirse la restante profecía,
cuya ejecución ocurrirá en un tiempo futuro que sólo es
conocido por Dios, pero que, como toda la profecía,
tendrá pleno y definitivo cumplimiento a su debido
tiempo.
El pasaje recoge primeramente la admiración de los
discípulos por los edificios del templo y la primera
afirmación de Jesús sobre la destrucción del lugar (vv.
1-2). Sigue luego la pregunta que le formularon en
relación con los acontecimientos futuros (vv. 3-4). El
Señor responde a la pregunta refiriéndose a las primeras
señales (vv. 5-8), las persecuciones que se producirán
contra los creyentes (vv. 9-13), y el período más
intenso de la tribulación (vv. 14-20). El Señor formuló
advertencias sobre la manifestación del engaño de
aquellos tiempos, anunciando falsos Cristos (vv. 21-23).
En la enseñanza Jesús enseñó sobre su segunda venida (vv.
24-27). La enseñanza profética concluye con unas
advertencias sobre el tiempo que precederá a la segunda
venida (vv. 28-31), y el secreto de cuando se producirá,
que está reservado al conocimiento de Dios (vv. 22-27).